Aquellos tiempos, no lejanos, en que las personas tenían una religión de cumplimiento obligado interna y externamente y pertenecían a una clase en consonancia con su tradición, sobre todo con su profesión y esta era como un culto sagrado en cuanto a responsabilidad y correcto ejercicio de la misma, la familia era el punto de apoyo de la unión y el bienestar en el hogar. Culturas diferentes, con mayor o menor intensidad, se toleraban en un mismo espacio, una misma localidad o pueblo. Este multiculturalismo ha sido muy defendido sobre todo aquí en Andalucía, aunque no con conocimiento preciso de la situación, sino con la imposición del resentimiento y denigración de una cultura en favor de otra. Seguimos siendo tan romanos como visogodos o árabes y cada uno ejerció para sus intereses y dejaron amplias huellas de su hacer en ciencias, artes y construcciones. Las guerras tienen en la destrucción material y también espiritual, su finalidad más amorosa, ya que en ellas siempre hablan de amor a la nación todos los participantes, de honestidad y de ser víctimas del contrario. Pero al ser humano se le olvida - a pesar del progresismo actual, que ha llevado a la socialización de la ciencia - que amor y odio tienen en nuestro cerebro el mismo centro de estimulación y por lo tanto el odio, también prevalece y nos hace intolerantes en la paz, hacia aquellos que rechazamos solamente por tener opiniones, religión o forma de vida diferentes a nosotros o que por resentimientos que han actuado como espinas del rosal, han hecho que no les guste otro color diferente al suyo.
Tras la Primera Guerra Mundial la multiculturalidad dejó de ser una realidad importante e incluso nula. El ser humano actual, saturado de tecnología y con el saber - extraño - que le proporciona la pantalla de unos diminutos aparatos electrónicos, no ha caído en la cuenta de lo peligroso que es aprender sin pensar. Se cree libre o cree a aquellos que se lo dicen y en realidad tiene enormes restricciones o barreras, que vienen dadas por la limitación de la diversidad y lo diferente, que hoy en día padece. Lo homogéneo, como en la suma, no admite números de otro tipo y somos copia de un original prefabricado y sin ánima propia. Se observa en la indumentaria, pantalón americano con ventanas al aire, los antiguos rotos de la tela rechazados como signo de ínfima economía y cuidado personal, es el hábito del ciudadano actual que quiere mostrar así, su evolución más progresista. Las conversaciones se han reducido a los resultados de la Liga de Fútbol, a la critica de la historia del país o a la defensa de los colores azul o rojo a los que se afilian. Se piensa de modo parecido en cuanto a ética, moral, responsabilidad o esfuerzo y se exhiben los mismos hábitos consumistas. La posesión de la moneda nunca alcanzó el alto nivel social que hoy tiene, aunque nunca estuvo desprovisto de él. Las entidades financieras de amplios beneficios y la personas del”club de los millonarios”, tienen la “llave maestra” que abre todas las puertas, mientras la cultura siempre está buscando una rendija por donde le llegue el viento del reconocimiento, aunque el cinismo gobernante siga asistiendo a actos culturales y subvencionando la multiculturalidad.
Hemos llegado o nos han llevado a ser un bosque en donde a pesar de existir colectividad de árboles, cada uno tiene que procurarse su sustento y su existencia, es decir hemos pasado a ser individualistas, pero que nadie se atreva a crecer por encima de los demás, por muy eficaz y válido que puedan resultar sus conocimientos para un enaltecer del progreso, porque serás asaetado de improperios, apartado de sociedades de todo tipo y no volverán a darte la palabra en ningún atril o salas de debate. El arte en cualquiera de sus expresiones tiene que acostumbrarse a que su valía depende del precio que alcance y lo que consiga vender, sobre todo, en exposiciones y comercio. El individuo que interesa es el competidor - dentro de las normas establecidas - en su profesión y consumidor en su tiempo libre. Tiene que ser cumplidor de las leyes aunque estas estén redactadas por cerebros de neuronas patinadoras que dejan amplio espacio a interpretaciones diferentes que el juez tiene que convertirlas en un firme veredicto, aunque tenga que cargar con el insulto del legislador de turno. Los “Heterodoxos españoles” de don Marcelino, siguen apuntando, a pesar de su aislamiento por parte del mundo político, hacia una diana que está España - en materia de lenguas, reparto de superficie por parte de independentista y odio al conjunto de pueblos hispanos por algunas regiones - presenta como un camino fácil hacia un cantonalismo, disfrazado de nación de naciones, muy propio de este siglo XXI cargado de narcicismos, donde el individuo no interesa más que en tiempo de elecciones. Mientras tanto se procura que todos - familias e individuos - lleguemos al “ingreso mínimo vital” ofrecido como dádiva que seria la felicidad de los demócratas radicales.