Matsumura eclipsa a un discretísimo Canales
En cierta ocasión, recuerdo, Antonio Canales arremetió duramente contra los críticos en general. Sus opiniones respecto a los que, mejor o peor, ejercemos este oficio, no nos dejaba muy bien parados. Y todo porque hay gente a la que le parece indigno que las supuestas figuras se duerman...
Además, si a aquellas salidas de tono se le suma un fondo físico actual poco acorde de lo que se espera de un bailaor –una de las teorías del origen de la palabra flamenco viene de la similitud del talle sucinto y fino del bailaor, a la manera del ave zancuda–, ya queda poco que añadir.
Bueno, si acaso que tampoco está muy sobrado de técnica, por lo que me da la impresión de que este hombre, de joven, aprendió unos pasos y de ahí no ha salido. Es muy lamentable que a base de dos braceos un hipotético artista se vanaglorie de ser bailaor flamenco.
Este arte cuenta en su haber con ilustres figuras históricas que lo han engrandecido hasta las cimas más elevadas. Claro que una persona, por sí misma, no devalúa toda una tradición cultural de siglos, pero debilita un poco la fama que tienen los espectáculos flamencos de baile.
Al margen de este desafuero, cabe destacar, por supuesto, el gran piano de Mie Matsumura. La verdad es que ella sola hubiera protagonizado un concierto de muchos quilates, porque su teclas suenan a puro Albéniz, Falla y Granados.
La música clásica española, una de las grandes gemas culturales con las que cuenta la música –y la danza, no lo olvidemos– en este país, merecía un trato mucho mejor que el dispensado anoche en Serenata andaluza.
Leonor Leal se desenvolvió bien, dentro del marasmo en el que la pobre se vio envuelta. Mucho hizo sin duda... y bien, por otra parte, porque su mentor... ¡vaya tela!
En cuanto al cante de atrás, queda consignada por enésima vez la buena voz, potente sin llegar a afillá, de José Valencia. Destaca en las cantiñas y en las malagueñas (con el piano este último palo de Mie) con remate abandolao por fandangos de Lucena.
Por cierto, Serenata andaluza contó con la incorporación del guitarrista Paco Iglesias en sustitución de Juan Requena. Las sonantas cumplieron con su papel asignado y respaldaron con eficiencia el baile (el poco que hubo).
Hombre, una obra donde lo más destacado vino en las postrimerías, en el fin de fiestas por bulerías, dice mucho de lo que anoche se presentó en Jerez con ínfulas de grandeza. Y el protagonista de ese vistoso final (tampoco exageremos) fue el percusionista Bobote.
Antonio Canales podría ser capaz de hacer algo más brillante, pero se ha ido dejando a lo largo del tiempo hasta desembocar en este mar de dudas, en esta especie de atolladero en el que se encuentra donde no fluyen las ideas, porque ni cuida las formas (técnicas y físicas), ni tiene la capacidad para darse cuenta de una cosa muy simple: un bailaor necesita ser constante en su trabajo y ser casi un atleta.
No es lícito que un hombre pasee su arte (¿arte?) por las plazas flamencas después de hacerse un nombre mediático totalmente inmerecido. Parafraseando a mi querido Carlos Cano en La murga de los currelantes, a Canales “le vamos a dar pico, pala, chimpún, y a currelar”.
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