Hay mujeres a las que les gustan mucho los canosos. Ayer me echó diésel uno en Sevilla con melena Panten y sonrisa tartésica. Cuando digo diésel es combustible, no se equivoquen, que ya no estoy para muchas procesiones a dos velas. Para lo que sí estoy es para entender la idea de la multa por “piropear” por llamarlo de algún modo. Tiene que ver con el respeto y la oportunidad, con la tolerancia y el buen hacer de la que no hacía gala un motorista con muy mala leche y poca gaditanía que me soltó un
mujer tenías que ser y
el papo lo llevas arrastrando cuando a sus impertinencias se topó con mi cara Piniella. Piniella es el rector de la UCA que en su face habla del efecto que hace una sonrisa Mona Lisa, ante un enfrentamiento en el cual tu contrincante verbal expulsa sapos con vehemencia. Juro que no lo hice a posta, sino que me dio por ahí porque quien me conozca sabe que soy de todo menos moderada.
Pero, angelito, al motorista le sentó muy mal la cara y el
estese usted tranquilo hombre que le va a dar un infarto al que me contestó enrabiado …
No, si ya me ha dado uno. Y es que la educación y el respeto es lo que tienen… que mejoran la salud, hasta sin saberlo. Les cuento esto porque los piropos y los insultos machistas son todo en uno, como lo del Hijo, el Padre y el Espíritu santo, que habrá quien no lo entienda como yo en mis clases de religión de la Hna Flora, por más que le preguntaba una y otra vez. Nunca me gustó un piropo y menos los soeces. Me asquea el
qué guapa eres, niña que le dirigen a mi hija menor y también a ella que se queja de que quién es aquel vejestorio para mirarla de esa forma y decirle eso si no la conoce de nada. Me duelen los codos de predicar que será libre como no lo fui yo a quien manoseaban en los autobuses urbanos cuando íbamos mi prima y yo a la playa Victoria siendo las dos menores. Recuerdo que cuando saqué mi carnet de conducir me dio satisfacción ver cómo medio autobús se echaba encima de un tocón, a la vez que pena de no haber nacido décadas antes para poder disfrutarlo. Me amarga que cuando mi hija sale le diga
esa ropa no me gusta, no porque no me guste sino porque me da miedo, porque tiene 16 y me horrorizan los mierdas que hay por ahí sueltos. Lo mismo canosos como los que gustan tanto a las de cuarenta y muchos. Lo mismo en moto con el casco metido hasta las cejas como la Hormiga atómica, desbordando de machadas a una madurita con muy mala baba y una sonrisa Mona Lisa.