Estamos en las fechas del Orgullo LGTBI, anteriormente conocido como Orgullo Gay. Son fechas variopintas, tanto por la diversidad de actos que se realizan, como por la diversidad de reacciones al respecto. Son fechas en que la sociedad se pone y se quita la careta de la tolerancia y el respeto. Por un lado, estamos los que no toleramos a la gente diferente: tolerar significa aceptar con respeto las cosas que no te gustan y a mí la gente diferente me encanta. Por otro lado, están los que toleran a la gente diferente, siguiendo este mismo concepto. Luego están quienes no toleran la diversidad, poniéndose tal careta por hipocresía, deseabilidad social o intereses varios. Por último, aunque haciendo más ruido, los que no se molestan en disimular su intolerancia y su odio.
No quiero entretenerme mucho en analizar las diferentes posturas porque redundaríamos en cuestiones que ya se han repetido hasta la saciedad, en un sentido y en otro, teniendo que hacer un recordatorio de los avances conseguidos, de los que quedan por conseguir y acabar hablando de política para no variar. Y, la verdad, con unas elecciones andaluzas tan recientes, resulta cansino. Sólo, en lo que queda de este párrafo, recordaré que un sector homófobo que decía a las personas LGTBI que no se dejaran colectivizar. Es una trampa: venden la colectivización como algo negativo con la intención de deshacer la unión de un nutrido grupo de la población que, en su día, tuvo que unirse para conquistar derechos que nos hicieran reconocerles como las personas normales que son. La unión hace la fuerza y la unión del colectivo LGTBI molesta a sus detractores.
Hay quien se pregunta por qué no existe un día del Orgullo Hetero. La respuesta es simple. Las personas heterosexuales no han sufrido discriminación, falta de derechos, persecución, cárcel, agresiones, torturas ni ejecuciones por el hecho de ser heteros. Las han sufrido por otras cuestiones, llámese religión, procedencia, clase social u otras razones. Pero no por su forma de sentir, amar y relacionarse. Ninguno de ellos ha muerto pateado en el suelo de A Coruña al grito de “maricón de mierda” mientras unos intentaban obviar el componente homofóbico del crimen o lo usaban para crear odio aludiendo a la media verdad de la procedencia extranjera de los agresores. Ninguno ha sido agredido en Barcelona por ser transexual ni ha visto que algunos retrógrados defiendan las mal llamadas “terapias” para reconvertir su orientación sexual como si amar a otra persona fuera una enfermedad que se cura a calambrazos. Algunos me dirán que esto es tirar de hemeroteca o remontarse a otros tiempos. Sin embargo, los ejemplos que he puesto son del año pasado. Qué triste.
Las personas LGTBI son un ejemplo de fortaleza. Pese a todas las agresiones, físicas, jurídicas y sociales sufridas, han seguido ahí luchando por la dignidad que les confiere el simple hecho de ser personas. Se les trató como enfermos, delincuentes o depravados, pero siguen luchando y dejándose la vida (literalmente) por seguir avanzando hasta la igualdad real. Su bandera es la arcoiris porque los distintos colores simbolizan la inclusión. Sin embargo, para mí tiene otro simbolismo: son esas personas cuyos colores siguen brillando tras la lluvia (de injusticias) que les ha caído a través de los tiempos. Mientras se crea polémica por un beso lésbico en una película (Lightyear) para niños, el colectivo LGTBI nos demuestra su funcionalidad trabajando, adoptando, viviendo. Y no importa cuántas veces berreen los demonios en su contra: seguirán volando y llenando el mundo de colores. Hasta el infinito y más allá.
