(Esta conferencia fue impartida en el mes de octubre de 2015. Las cosas siguen empeorando)
Malo es que haya y que haya tanta. Pero peor es que no exista un protocolo internacional de obligado cumplimiento para solucionar el problema. Ni solucionarlo ahora ni en un futuro.
El jefe de la Sección de Astronomía del Real Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando, el capitán de fragata Francisco Javier Montojo Salazar (*), aclaraba ese punto al final de la conferencia impartida en el Centro de Congresos en la que habló de la saturación del espacio y de la detección y seguimiento de la basura espacial con telescopios.
Habló de esto, de lo que hay acumulado allí arriba entre lo que sirve y lo que no sirve, además de lo provocado por lanzamientos experimentales sin el más mínimo criterio científico o de previsión o bien por choques accidentales entre satélites.
De hecho, en el espacio de detectan dos picos sobresalientes de acumulación de basura, uno por el lanzamiento en 2007 de un misil chino simplemente para demostrar que podía acertar a un satélite en desuso, que supuso el 20 por ciento de la basura actual y otro por el choque entre dos satélites en 2009. Ambos acontecimientos han creado sendas zonas en las que el tráfico de satélites activos está en peligro.
Montojo ya lo dijo al principio de la conferencia. El motivo de la misma era explicar la situación en que se encuentra el espacio en estos momentos y avisar del peligro que corren los distintos tipos de conexiones terrestres -y los servicios que prestan- por el cada vez más arriesgado trabajo de los mensajeros metálicos que orbitan a distintas alturas la tierra.
O dicho de otra forma, corre peligro todo lo que depende de esas comunicaciones, que a estas alturas es prácticamente todo.
Esa basura espacial, como se la conoce popularmente, está formada por satélites inactivos, fragmentos de satélites de todos los tamaños y partes de la propulsión de los cohetes lanzaderas.
Sin olvidar que los mismos satélites operativos suponen un tráfico que se distribuye entre las distintas zonas orbitales, desde la más cercana a la que recoge los satélites geoestacionarios situados a más de 42.000 kilómetros de la tierra y que gira a la vez que la rotación del planeta.
¿Qué es lo que se está haciendo y en lo que participa activamente el Observatorio de San Fernando? Pues sólo en el seguimiento y posicionamiento de los satélites, controlarlos para organizar el tráfico, avisar de la necesidad de ajustar la órbita de alguno que puede llegar a colisionar o caer a la tierra.
Ese trabajo se hace con radares para los que se encuentran a menor distancia; con láser, lo que también se hace desde San Fernando o con telescopios en el caso de los satélites estacionarios. El resto de lo que hay en el cielo son unos 29.000 objetos de más de 10 centímetros; unos 670.000 de entre 10 y un centímetro y millones menores de un centímetro. Además de un guante de un astronauta que en el caso de impactar contra una persona, sería “el guantazo más grande de la historia”, dijo el jefe de la Sección de Astronomía.
A pesar de que las gráficas y el sentido común indican que el espacio cada vez está más saturado y cada vez lo estará más, no hay plan alternativo al seguimiento y control del tráfico de satélites y basura espacial. Proyectos de brazo articulado para recuperar artefactos en desuso o impulsarlos al espacio o a la atmósfera se han quedado en nada y en la actualidad sólo existen “recomendaciones” a nivel internacional que, como en el caso chino, sirven para muy poco. Eso sí, se ha avanzado en el control del posicionamiento y en los instrumentos para realizarlos. Hasta que ocurra lo que se espera. El caos.
(*) Francisco Javier Montojo Salazar falleció el 2 de marzo de 2018 al caer al mar en la Antártida cuando navegaba en misión de investigación en el buque español 'Hespérides'.
LA ACTUALIDAD SEGÚN LA AGENCIA ESPACIAL EUROPEA (ESA)
Desde 1957, casi 6.000 lanzamientos espaciales han llevado a una población en órbita hoy de más de 26.000 objetos rastreados. Los últimos años han mostrado un crecimiento significativo y sin precedentes, principalmente en satélites pequeños y comerciales en órbitas terrestres bajas.
Se están desplegando grandes constelaciones. Hoy en día, un total de unos 2.800 objetos son naves espaciales funcionales. El resto son desechos espaciales, es decir, objetos que ya no sirven para ningún propósito útil.
La mayoría de los objetos rastreados rutinariamente son fragmentos de unas 550 desintegraciones, explosiones, colisiones o eventos anómalos que resultan en la fragmentación de satélites o cuerpos de cohetes.
Además, hay pruebas de una población mucho mayor de desechos que no pueden rastrearse operacionalmente. Se espera que un número estimado de 900.000 objetos de más de 1 cm y 128 millones de objetos de más de 1 mm residan en órbitas terrestres.
Debido a la velocidad orbital relativa de hasta 56.000 km/h, los desechos de un centímetro pueden dañar o deshabilitar gravemente una nave espacial operacional. Las colisiones con un objeto de más de 10 cm conducirán a rupturas catastróficas, liberando nubes de escombros peligrosas de las cuales algunos fragmentos pueden causar colisiones catastróficas adicionales que pueden conducir a un entorno inestable de desechos en algunas regiones de la órbita ("síndrome de Kessler").
Las medidas de reducción de los desechos espaciales, si son aplicadas adecuadamente por los diseñadores de naves espaciales y los operadores de las misiones, pueden reducir la tasa de crecimiento de la población de desechos espaciales. Se ha demostrado que la eliminación activa de objetos grandes e intactos es necesaria para revertir el aumento de escombros. Además, es importante que todas y cada una de las misiones, ya sean una gran constelación o un único CubeSat de 1U, cuantifiquen el impacto que tiene en el entorno espacial y otros operadores a fin de lograr un entorno espacial sostenible.
En la órbita alrededor de la Tierra permanecen atrapados fragmentos de antiguas misiones espaciales que, fuera de control, amenazan nuestro futuro en el espacio. Con el tiempo, el número, la masa y el área de estos residuos es cada vez mayor, lo que supone un riesgo para los satélites en funcionamiento.
Debemos considerar el entorno espacial un recurso natural limitado y compartido. La continua generación de basura espacial acabará provocando un síndrome de Kessler, cuando la densidad de los objetos en la órbita baja terrestre sea lo bastante elevada como para que las colisiones entre objetos y desechos creen un efecto de cascada en el que cada impacto genere nuevos residuos que, a su vez, aumenten la probabilidad de nuevas colisiones. Llegados a ese punto, ciertas órbitas alrededor de la Tierra se volverían completamente inhóspitas.
La ESA trabaja activamente dando apoyo a las directrices de sostenibilidad a largo plazo de las actividades espaciales de la Comisión sobre la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos de la ONU, incluida la financiación de la primera misión del mundo para desorbitar un residuo espacial, la ayuda para crear una clasificación de sostenibilidad espacial internacional y el desarrollo de tecnologías para automatizar la evasión de colisiones y reducir el impacto en nuestro entorno de las misiones espaciales.
Pero a ello se une el lanzamiento de nuevos satélites privados de telecomunicaciones en una órbita mas baja y sin regular que está preocupando ya y mucho al mundo científico, no tanto por los que se han lanzado, sino por la ingente cantidad que se van a lanzar en un plazo de 40 años.