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José Maverick Ortiz

José Ortiz, alcalde del PP de Vejer, asegura que él no es un verso libre, pero esta semana se ha convertido en un maverick en toda regla

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Si te gusta el surf, la palabra maverick tiene un significado casi épico. Así llaman en Half Moon Bay, al norte de California, a un tipo de ola espectacular que rompe en Pillar Point: un auténtico desafío que exige un experto dominio de la tabla o una osadía sin límites a los que se atreven a montarla.

El diccionario Cambridge de inglés incluye otras acepciones para definir el término; entre ellas: “una persona que piensa y actúa de forma independiente, a menudo con un comportamiento diferente del que se espera o sería habitual”. En Estados Unidos lo emplean mucho, a título personal, en el mundo de los negocios, y en el de la política sirvió para retratar popularmente al republicano John McCain.  

En España también hemos terminado por aplicárselo a determinadas personalidades del mundo de la política, aunque traducido como “verso libre”; a excepción de Esperanza Aguirre, que se definió a sí misma como una maverick dentro del PP, aunque sólo fuera por el caché y la trascendencia, y para justificar desde un aspirado prestigio sus discrepancias con la dirección de un partido que hizo de la disciplina interna uno de sus rasgos definitorios hasta que decidió celebrar primarias y poner fin al orden constituido. Desde entonces las olas, las auténticas mavericks, no paran de romper a las puertas de Génova.

José Ortiz, alcalde del PP de Vejer, asegura que él no es un verso libre dentro del partido. Le avalan sus tres mayorías absolutas consecutivas en un municipio de pasado y presente socialista, y, especialmente, que fue de los pocos que no ocultaron sus preferencias por Pablo Casado cuando se abrió el debate sobre el relevo al frente de la cúpula del partido. Contra todo pronóstico, ganó la apuesta, y pasó a convertirse en “el hombre de Casado” en la provincia, con todo lo que eso representa y con todo lo que eso permite a aspirar. Y Ortiz aspira a ser portavoz del PP en la Diputación y presidente provincial del partido; y si me apuran, más lo segundo que lo primero.

No será verso libre, pero esta semana se ha convertido en un maverick en toda regla al solicitar en público que el partido inicie de una vez, a nivel provincial, la renovación pendiente desde que Antonio Sanz fue nombrado viceconsejero de la Junta de Andalucía. Ortiz ha dicho que en el PP de Cádiz están faltos -“huérfanos”, fue la palabra exacta que empleó-  de liderazgo y de éxitos. “Falla la estrategia que se marca, falla un proyecto compartido, que ilusione, y ser coherente con lo que la ciudadanía demande. Algo debemos estar haciendo mal cuando hemos quedado como tercera o cuarta fuerza política, y hemos perdido diputados en la Diputación. ¿Quiero decir que hay un responsable? No. Yo también soy responsable. Somos todos. No hay que buscar un culpable, por eso entre todos hay que debatir cuál es el modelo por el que debemos seguir para volver a triunfar”.

Dentro de parte del partido, las palabras de Ortiz han sentado como una patada en el bajo vientre, aunque sólo sea por falta de costumbre. Lo que no queda tan claro es si ha decidido surcar esta ola por experiencia propia o por simple osadía, entre otros motivos, y ése puede ser el fallo principal de su discurso, porque todo lo remite a lo logrado por él en Vejer, como si en sus tres victorias en las municipales y en sus ya ocho años de gestión se pudieran encontrar las respuestas a los grandes enigmas del universo, que en este caso serían los del futuro del PP, cuando no tiene por qué ser así, y es poco probable que sea así, de la misma manera que hay empresas que triunfan en unos sitios sí y en otros no a partir de un mismo modelo de negocio -hasta El Corte Inglés va a cerrar su centro en Bahía Sur-.

“¿Quién es Pepe Ortiz? ¿Qué ha hecho Pepe Ortiz?”, se preguntan quienes asisten molestos a su empeño por liderar la renovación pendiente dentro del PP provincial. De momento, alguien que ha sabido captar la atención. Le ha bastado con salirse del guion y volver a apostarlo todo a una carta, como ya hizo en su día con Casado. Un maverick en toda regla, aunque no sepamos aún a qué coste.

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