Por Jorge De Arco
Con “Los días perros” (La Isla de Siltolá. Sevilla, 2018), inaugura Abraham Guerrero su trayectoria poética. Este arcense del 87-licenciado en Filología Hispánica y profesor de español- ha escrito un primer libro valiente y de palabra sincera. Valiéndose, en muchas ocasiones, de un versículo de corte narrativo, su decir abrocha la cotidiana existencia, el calendario de una juventud que va experimentando en su propia condición los afanes, los desvelos, los anhelos, las desdichas… que hacen crecer el corazón.
Su estancia en Alemania y su posterior retorno al hogar (“Vuelves a tu casa, donde las paredes son altas como/ estanterías, tan altas que van desde las entrañas al cuello./ Llegas con la camisa bien abotonada y un temblor muy oscuro…”) signan este mapa de humana condición en el que se reconoce y se rebela al par de sus experiencias vitales.
Divido en un acontecer que lleva al lector desde el “lunes” hasta el “domingo”, el volumen desgrana, a su vez, la necesidad del yo lírico de ahondar en su ulterior conciencia. Con una dicción que esquiva los fáciles adornos, Abraham Guerrero sitúa su mirada en el límite más cercano a la realidad. Apenas queda tiempo para las ensoñaciones, pues la velocidad que incide sobre cuanto gira en derredor no admite descuidos. Hacer mudanza de lo vivido y por vivir pareciera, sí, ser el ánima que mueve estos poemas que hablan y cuentan de cómo mejor sostenerse en mitad de las deshoras. Claro que las dudas, la edad, el posible acomodo…, asaltan también la esencia de su existir. Y, por eso, hay que combatir con rebeldía y distancia esa futura tentación: “Consigues un trabajo/ un coche mediano/ una novia/ ganas un dinero razonable, y de pronto/ ‘asegurar algo, casarse,/ esperar a la muerte’, lees,/ y eso te confunde, te remuerde, te apabulla”.
En su acontecer van surgiendo, a su vez, los pilares familiares, las amistades que se consolidan o decepcionan, los amores que son y pudieron ser, los espacios de la infancia… Y el territorio que ha ido conformando la sed y el ser del poeta se torna aventura pretérita y aún por escribir. Porque en sus versos parpadean los ecos de unos paisajes y unos protagonistas que ya resultan imborrables y se hacen comunes en la acordanza: “Una mañana en el centro comercial,/ había que vestir el silencio desorbitado,/ empavesar la memoria/ para recibir al negro perro del tiempo”.
La dualidad entre los aromas cercanos del pueblo y los rigores disciplinados de la ciudad también son parte trascendente en el sentir de estas páginas. La perspectiva del autor oscila bajo el prisma de ambos universos entre los cuales se siente integrado y comprometido, indómito y contrariado. Pero, en suma, su devenir viene delimitado por una inquietud que se desvela “preguntándonos si nuestro azar sería distinto”. En él y desde él, se sabe parte de una frontera que presiente la angustia y el alivio de quien intuye los nombres del mañana, mientras “ordenas los rostros arrugados de cartón que alguna vez/ te dieron a probar el lodo de la metáfora”.
En el proceso de búsqueda de su verdad, Abraham Guerrero plantea múltiples posibilidades que no son sino ejemplo de la batalla que libra el poeta en su afán de reencontrarse con su propio origen. El mismo que dicta “la mariposa del insomnio/ revoloteando sobre un miedo/ tan pulcro”.