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Tiempo de influencias

La influencia del debate político hace tiempo que se conduce mejor a través de las experiencias y las emociones

En el prólogo y el epílogo de El vicio del poder se insiste en una reflexión que tiene poco que ver con el argumento de la película y mucho con nuestra forma de entender el mundo que nos rodea, sin importar el país en el que vivamos, como una especie de constante universal. La película sostiene que, durante la última década, nos hemos acostumbrado a trabajar cada vez más horas, y con sueldos más reducidos, por lo que somos incapaces de dedicar el poco tiempo libre del que disponemos a leer las noticias con detenimiento o a analizar la gestión de un gobierno; simplemente, nos dejamos llevar y por recurrir al ocio como vía de escape. Tras los títulos de crédito aparece una secuencia extra en la que un grupo de personas, que ya ha tenido la oportunidad de ver la película, opina sobre lo narrado en el metraje. Dos hombres acaban a puñetazos por motivos políticos, mientras una chica, a sus espaldas, cuchichea que la que le gustaría ver es la nueva de Fast and furious

Tal vez el punto de partida sea reduccionista, pero necesario para comprender que todo cuanto se describe en la película -el imparable ascenso hasta las más altas cúpulas del poder en la Casa Blanca del mediocre y taimado Dick Cheney- haya sucedido ante los ojos de millones de norteamericanos sin que nadie haya cuestionado la legitimidad de muchas de sus decisiones, ni su propia valía profesional para ostentar el cargo. La segunda cuestión se responde por sí sola, no hay más que ver quién ocupa ahora mismo el asiento presidencial; pero la primera implica asuntos como la expansión del miedo global a raíz del 11-S, la invención de las armas de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein, la invasión de Irak, la aparición de ISIS como consecuencia directa de las políticas bélicas en Oriente medio y, por supuesto, el enriquecimiento indiscriminado de una serie de empresas petrolíferas. Todo eso se cuenta en la película, pero la reacción de quien la ve es: manipulación o aburrimiento. No interesa.

No creo que en España hayamos llegado al nivel de desentendernos por completo de cuanto ocurre en las altas esferas del poder, ya sea la Moncloa o el ayuntamiento de nuestra ciudad, pero es cierto que hace años que se habla de desafección política, al tiempo que esa animadversión se ha reconducido a través de las redes sociales hacia un activismo, a veces inconsciente, en torno a determinadas ideas y planteamientos insospechados, hasta para ellos mismos -basta con mirar alrededor, hasta nuestros círculos más cercanos, para ver que es así-.

Amores, odios, causas y rebeliones a un lado, sí se hace evidente un creciente desinterés hacia cuestiones políticas que solían formar parte del día a día municipal. Esta semana, por ejemplo, en Jerez, PP y PSOE han mantenido un insistente pulso a causa de la licitación del servicio de limpieza viaria. Hasta en tres ocasiones se contrarreplicaron por una mera cuestión técnica, y podrían haberlo seguido haciendo durante varios días si no fuera porque son temas a los que, definitivamente, solo ellos le encuentran sentido de la magnificación, como si en realidad respondiesen a un proceso de retroalimentación en el que el uno necesita del otro para sentirse vivo, y viceversa.

Esa cuestión, que en otros tiempos habría dado para un serial, apenas trasciende en el día a día de los ciudadanos; incluso si el PP terminara por llevar razón, que ha dejado de insistir en decir que la lleva, habría que ver la incidencia directa que tendría en el haber o el debe de cada una de las fuerzas políticas. A uno se le agradece su labor fiscalizadora, al otro sus explicaciones, pero la influencia del debate político hace tiempo que se conduce mejor a través de las experiencias y las emociones, y no tanto de la letra grande o pequeña. Se vio hace cuatro años, durante la última campaña para las municipales, y ha comenzado a reproducirse ahora con nuevos actores y nuevos argumentos, pese a que PSOE y PP se sigan viendo como los auténticos protagonistas antes de conocer la opinión del público votante.

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