Tres realizadores, dos blancos y uno de color, han glosado en sus películas, de reciente estreno, a la otra América, la afroamericana. A saber, Jeff Nichols, con ‘Loving’; Theodore Melfi, con ‘Figuras ocultas’ y Barry Jenkins con esta que nos ocupa. Los dos últimos, además, tienen a sus propuestas nominadas a la Mejor Película, entre otras candidaturas. Pero, mientras ‘Loving’ y ‘Figuras ocultas’, se centran en la denuncia de la segregación, vía uniones prohibidas, y en la de la raza y el género, visibilizando a tres cientíticas, respectivamente, ‘Moonlight’ la integra dentro de la propia comunidad negra.
En efecto, la historia, dividida en tres capítulos -Little, Chiron y Black, que ejemplifican tres edades del protagonista, entre los años 80 y 90 del pasado siglo- se narra y se resuelve dentro de este otro Estados Unidos. Claro que la imputación a las segregaciones raciales y de clase están implícitas. Claro que les están destinados los peores barrios y los ambientes más devastados y devastadores, pero los conflictos y enfrentamientos se dan entre herman@s. Esto es una de las señas de identidad de un drama tan poderoso como diferente.
Un drama crítico y autocrítico, pues nada más doloroso que el fuego amigo, en el que caben el acoso escolar, que se ceba en el distinto, la identidad sexual rechazada, la familia biológica y la de elección, los traficantes y los toxicómanos, en un barrio que representa el lado oscuro y conflictivo del Miami del cliché.
En el que tus compañeros de aula te reservan el infierno cotidiano. En el que tu madre, enganchada y prostituida, no puede protegerte, ni cuidarse a sí misma. En el que tu hogar es un caos. En el que descubres la bondad, la solidaridad y el apego, junto con sorprendentes lecciones de vida, en un cubano que trafica con la muerte y en su generosa e inteligente pareja. En el que, contra todo pronóstico, se te revelan, en ese mismo y feroz entorno, el placer y la ternura.
En el que se nos muestra al niño, al adolescente y al hombre. En el que los personajes son complejos, como el de la progenitora. En el que no se juzga a nadie, pero se defiende al vulnerable. En el que, pese a lo tremendo de su historia, no se intoxica, ni se manipula emocionalmente, al-la espectador-a, pero sí se le incomoda, se le crea desasosiego y no se le da tregua, a efectos narrativos. En el que su ritmo, y su puesta en escena, son transgresoras -pero nunca artificiosas, ni gratuitas, ni forzadas- y se acomodan perfectamente al relato.
111 minutos de absorbente metraje. La escribe su propio realizador, el citado Barry Jenkins, cosecha del 79, sobre una novela de Tarrell McCraney. Su excelente fotografía la firma James Laxton y su sugerente música, Nicholas Britell. Su reparto es prodigioso y en estado de gracia.
La preceden críticas espléndidas, todo tipo de reconocimientos y nominaciones, entre las que destacan 8 candidaturas a los Oscar. A saber, Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actriz Secundaria, Mejor Actor Secundario, Mejor Guión Adaptado, Mejor Montaje, Mejor Banda Sonora y Mejor Fotografía. Es una de las elegidas para debatir en nuestra próxima tertulia del miércoles, 1 de marzo.
Déjense bañar por esta luz de luna tan oscura, tan cruel, tan sórdida, tan feroz, tan hermosa, tan intensa y tan emocionante… No se la pierdan bajo ningún concepto.