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El Puerto

Lo que yo te diga... de Pozos Dulces

Para lo bueno y lo malo, Hernán Díaz sirvió para calibrar y comparar en cuanto a eficiencia se refiere las demás alcaldía

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Luis Miguel Morales |  El inicio de las etapas y el cierre de éstas sirven para marcar épocas que van a perdurar en el tiempo por más que pasen los años. No hay Gobierno en el mundo al que no se le asocie un lugar o un monumento con el que se le identifique como tal en ese tiempo transcurrido. Ninguno.

Y El Puerto no podía ser una excepción. Con la caída del monumento que daba la bienvenida a la ciudad en Pozos Dulces, la rotonda y sus velas, dicen los que saben, amigo Quique, fue la mejor definición del legado que nos dejó el añorado -según algunos, cómo no- Hernán Díaz. 

Fue el símbolo de toda una etapa que marcó un antes y un después en la manera, incluso, de entender la ciudad. El personalismo más auténtico de uno de los alcaldes con más personalidad de las últimas décadas.

Para lo bueno y lo malo, Hernán Díaz sirvió para calibrar y comparar en cuanto a eficiencia se refiere las demás alcaldías que hemos tenido hasta entonces. El termómetro de la actualidad portuense encuentra irremediablemente su realce o su defenestración con su contraste continuo.

Con el florecimiento de las rotondas bajo el mandato de Independientes Portuenses y tras la caída de este emblema fetiche, habrá que esperar, tiempo hay, para hallar cuál será el que nos recuerde, más allá de los años, al bipartito.

En política se es muy dado a alterar el orden y a adaptar todo cuanto sea necesario para salir airoso de la más delicada situación. Jugar al filo y no caerse tiene un mérito de difícil reedición. Y aunque el nivel es el que es, no hay que descartar ninguna de las opciones. Ninguna.

Y no sería descabellado, mira tú que cosas, que muy cerquita de donde se señaló el punto neurálgico del Hernandinismo, De la Encina y Fernández, tuvieran también su lugar para posteridad.

Mira tú qué cosas. Y que ironías del destino, el tan criticado y opositado aparcamiento subterráneo de Pozos Dulces sirviera para que con el tiempo también se identificara a éste con estos.

Con los ríos de tinta y de penar con los que ha tenido que lidiar el equipo de Gobierno para no tener que hacerlo, al que le costó, incluso, cesar a su socio de Gobierno (Levantemos) para no verse salpicado ante la marejada de los aparcamientos, sirviera, ahora, para que éste tuviera su hueco en la historia y fuera la bandera de su paso por el Ayuntamiento de Peral.

Para una película.

Y como nada se puede hacer para que lo que está predeterminado varíe un ápice, la apuesta de recuperar el río, anteriormente, también, defenestrada en su proyecto original por llevar el sello del Partido Popular, el bipartito (PSOE-IU) pudiera ahora pasar a la historia local como los responsables de ello. Medallas ajenas e indigestas.

La historia a veces es paradójica y cachonda a partes iguales. Es por ello que aunque caigan monumentos o cartelitos más o menos descafeinados y caducos, la historia, la verdadera, la que mamó el pueblo, y más allá de etapas, siempre quedará marcada a fuego por más que quiten o pongan.

Quique Pedregal | Supongo, Luismi, que recordarás la caída de la efigie de Saddam Hussein ejecutada por los propios iraquíes que, cansados de una vida de penurias y sobresaltos, arrastraron la figura de aquél que los gobernó hasta la entrada de los americanos en su país.

Y salvando las distancias, como es obvio, este tipo de actuaciones nos hacen ver cómo somos las personas en función de la etapa que estemos viviendo. Cuando hay alegría, muchos se arremolinan alrededor del calorcito que desprende la figura admirada. Cuando empiezan los problemas, los gatos comienzan a huir de la cercanía del agua por si les salpican.

Y es verdad también que, como ha sucedido tantas veces, un carguito aquí o una prebenda allá, hace grandes socios donde antes solo había desprecios. Y Hernán Díaz, un alcalde que muchos echan de menos en los mentideros de la ciudad, sabía abrir y cerrar la mano en función del número de votos que necesitaba aquél en Diputación o éste en el Polvorista.

En cierto modo, necesitamos que nos gobiernen y que nos marquen el camino, aunque claro que en aquella época no existían las redes sociales, ni las tropecientas cadenas de televisión… ni nada era lo mismo.

Se destruye un monumento, quizás símbolo de una etapa política de nuestra ciudad, que vio pasar los años en distintos colores y desde distintos prismas. Ya sé, Luismi, que se hicieron muchas cosas mal, pero no todo pudo ser negativo. Igual que cuando analicemos estos cuatro años de tripartito-bipartito sacaremos conclusiones más o menos acertadas.

Lo que sí me parece curioso es que se tumbe una rotonda que gustaba a muy pocos, para construir un aparcamiento subterráneo que tampoco gusta a los mismos que no les gustaba el monumento derruido y que son, curiosamente, los mismos ejecutores de la caída.

Cosas de la política, amigo Luismi, y tantos frentes por atender… Mientras tanto, querido, hay que seguir mirando hacia adelante. Lo que yo te diga.

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