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San Fernando

\'El Tenazas\'. La última leyenda

\"Aquel día entraron hasta las mujeres en el Ayuntamiento para darle más realce al acto\", cuenta Ángel Ruiz Sola.

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Tuvo la gentileza de pasar por este periódico, gracias a la mediación de Paco Melero, gran amigo suyo y de esta casa, para hablar de lo que era el fútbol en aquellos tiempos y lo que es ahora. Y sobre todo para hablar de aquel ascenso histórico del CD San Fernando en la temporada 1953-54, que fue un acontecimiento deportivo que permanece en los anales del club isleño, pero también un acontecimiento social.

Se homenajeó al equipo en el campo de fútbol, el antiguo Marqués de Varela, y el presidente del San Fernando, Angel Baleato, entregó un anillo al entrenador, un sello. Allí están Devesa, Chispa, Buñales… y el entrenador Antonio Molinos.

“Fue un día muy memorable. Se formó un alboroto. Se hizo una manifestación, pacífica, hasta el Ayuntamiento”, para hacer la ofrenda al municipio y incluso fueron las mujeres para dar más realce al acontecimiento, cuenta Ángel Ruiz Sola, el portero azulino en aquella temporada cuando jugar al fútbol era jugar en equipo, todo lo contrario a lo que sucede ahora en muchos clubes, a expensas de figuras determinantes.


Quizá por eso, el ex portero azulino alaba más el  juego del FC Barcelona que el del Real Madrid, de conjunto el primero, de individualidades el segundo. Porque los culés juegan como un equipo. Y considera a Valdés como “uno de los mejores porteros”.

Y es que en sus tiempos imperaban la sencillez, la entrega al equipo, trabajar como uno más y desde luego todo muy alejado de los emolumentos de las grandes figuras actuales que pueden permitirse un retiro de lujo.

Lo llamaban El Tenazas, no sólo porque blocaba bien el balón, lo atenazaba, sino porque además su profesión era la cerrajería artística y la tenaza una de sus herramientas de trabajo.

En aquellos tiempos el fútbol, más en categorías modestas, apenas daba para vivir hasta llegar a profesional, aunque todo aquello lo ve como una etapa distinta a la de ahora, ni mejor ni peor. “El fútbol ha evolucionado” y lo ha hecho a mejor “aunque al fútbol de antes no hay que quitarle absolutamente nada”, tanto porque los jugadores están más preparados por las exigencias actuales como por los medios médicos con los que cuentan.

En sus tiempos una lesión de rodilla o una lesión de menisco era una despedida del deporte y seguir jugando era a costa del pundonor y de sumar lesiones que siempre le acompañarán durante toda la vida.

Los porteros de la época, muchos jugando en campos de tierra, se retiraban con los hombros dañados por las caídas, con todos los huesos vapuleados, algo que ahora se cura en el instante, se previene, más bien, gracias a una preparación física distinta.

Hasta los balones eran distintos, de más peso y más aún cuando llovía y se iba empapando el cuero. Parar aquello cuando lo lanzaban de un punterazo era parar un obús. Incluso las botas que calzaban, nada parecida a las actuales. Eran botas que hacían daño, tanto al contrario porque llevaban tacos de hierro como al jugador. “Hoy las botas son flexibles, están hormadas de otras manera, se domina mejor el balón porque es como un guante”.

Y en cuanto a los fichajes, en el terreno amater sólo se cobraba en el caso de que perdiera horas de trabajo. En su primer fichaje como profesional pudo comprarle una radio a su padre, que era músico y tenía una radio de galena y una máquina de coser a su madre.

En el Numancia cobró 7.500 pesetas de ficha y 750 pesetas de sueldo. Lo mejor que pasó en aquella época es que los directivos del club pensaron que había que incentivar a los jugadores para que metieran goles y así decidieron premiarlos con un duro, cinco pesetas, a cada jugador por cada goles que metiera el equipo que se unía a las 50 pesetas a repartir que cobraban por ganar.

Eso funcionó bien hasta que en un partido con el Tomelloso, el equipo manchego se quedó con ocho jugadores y los sorianos le metieron trece goles, con lo que tocaba a trece duros por jugador y mucho tuvieron que discutirle al tesorero, un comerciante de saneamientos de Soria, para cumpliera con lo acordado. Y es que el tesorero consideraba que aquello había sido un caso excepcional.

Los contactos con La Isla, además de su época en el CD San Fernando, se centran sobre todo en su amistad con la familia Melero, por lo que su paso por la ciudad para asistir al homenaje que le hacía el ahora San Fernando CD haciendo el saque de honor en el partido contra el Granada B la semana pasada, sirvió para pasar un fin de semana de convivencia con ellos.

Ángel Ruiz ha tenido la ventaja de haber disfrutado con su trabajo e incluso llegó a hacer un mueble que llevaba 3.000 tornillos y del que se siente especialmente orgulloso. ¡Como para que el Ikea hubiera cogido la patente!

Biografía

En el año 1925 en Zaragoza vino al mundo Ángel Ruiz Sola, siendo el menor de cinco hermanos y ya, con tan solo cinco años, en el equipo del colegio de los Escolapios comenzaron a vislumbrarse sus dotes como portero.

Tras finalizar la Guerra Civil se formó y trabajó como cerrajero artístico y soldador, pasando a convertirse con 18 años en técnico de Reparaciones en Renfe, combinando su labor profesional con la de portero amateur en el Atlético Zaragoza.

En el año 1946 decide dar un paso al frente y dedicarse profesionalmente al fútbol en el Atlético Zaragoza, hasta que en el temporada 1948-49 ficha como profesional con el Logroñés, donde estuvo un año antes de firmar por el Numancia de Soria, en el que jugó entre las temporadas 1949-1951 y logró el ascenso a Segunda División. Pese a dedicarse al mundo del fútbol, lo compagina con su profesión en varias industrias de Logroño y Soria.

En la 1951-52 se marcha al Calvo Sotelo de Puertollano, y luego regresa en la 1952-53 al Zaragoza, gracias al cual consigue incluso jugar un partido amistoso con la selección B española.

Ficha por el San Fernando
En la campaña 1953/54 se cruza España para fichar por el CD San Fernando, con el que cuaja una sensacional temporada y logra el ascenso a Segunda División. Durante su estancia en La Isla vivió en la calle Cayetano del Toro y realizó algunos trabajos de estantes metálicos para la familia Melero, como amigo, no como profesional, con unos tubos que le había regalado Ángel Baleato, por aquel entonces presidente del equipo azulino. Pasa un año bastante feliz donde hace buenas migas con la propia familia Melero Alcalá y con la familia Ramírez del Solar.

En la temporada 1954-55 permanece inactivo por razones familiares y en la 1955-56 regresa Al Numancia de Soria, abandonando su carrera profesional como jugador en el año 1957, trasladándose a Madrid donde ejerció su profesión hasta su jubilación y donde vive en la actualidad a punto de cumplir los 89 años.

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