Otras de las cosas más llamativas fue la ingente cantidad de palos flamencos por los que bailó el de Alcalá de Guadaíra, pues casi no hubo estilo que se le quedara en el tintero, dándole a su elenco oportunidades de lucimiento en el cante y en la guitarra.
También los grandes maestros del baile como Javier suelen ser generosos a la hora de ofrecer un espacio a su cuadro, así a los cantaores Miguel Ortega y José Valencia –textura melódica a la par que fuerza en los tercios más duros–, como a los guitarristas, Javier Patino y Ricardo Rivera.
Patino lució en sus salidas a escena con un toque delicado, impulsivo cuando procede, pero limpio siempre, sentido, por supuesto... y apto para un cuadro flamenco como el de su compadre y tocayo, que responde al nombre de Javier Barón y es Premio Nacional de Danza 2008.
El imprescindible aditamento de las palmas y del cuerpo de baile lo pusieron Juan Diego y Antonio Molina El Choro, aclimatándose a la perfección a los cánones que regían en el espectáculo, destacando sin ensombrecer a su protagonista. Ahí radica el mérito de estos artistas.
Un instrumento de percusión que muchos usan con más frecuencia de la que sería deseada es la caja o cajón, que ayer no estuvo presente. ¡Ole! Ya era hora que los espectadores que pagan una entrada oigan por fin la cadencia del taconeo sobre las tablas sin que un ruido estridente se coma su labor, relegándola a un plano secundario. Perfecto.
Y la afición al cante y a la guitarra, tan necesaria para todos los artistas, es la premisa de arranque de Javier Barón.
Está demostrado que se recrea con el toque de guitarra y con el cante, que por encima de todo es un cabal de todo lo que compone este acervo. Y ese “saber escuchar”, que decía Don Antonio Chacón, es la norma básica y Javier disfruta con cada matiz que dimana de la sonanta o de la esencia gutural de las voces de atrás.
El baile del Premio Nacional de Danza –no se olvide– recorre todas las alternativas que ofrece el flamenco, ralentizando el tempo con un armonioso juego de brazos, imprimiendo el ritmo cuando el imaginario fuego abrasa los sentidos y, en suma, provocando una conexión con el público que tiene como sólidos argumentos la razón per se del arte flamenco.
Porque qué difícil es la sencillez cuando hay que ser tan genio como Barón, ya que, claro, hay quienes no se atreven a ser naturales y sencillos y optan por montar una complicada trama que se pierde en una espesa maraña conceptual de difícil catalogación.
A Dos voces para un baile le cabe el honor de hacer un repaso bien dado por los principales estilos, desde los mineros hasta las cantiñas, los tangos o bulerías, alegrías de Córdoba, etc.
A ver si a partir de ahora cunde el ejemplo y observan que para hacer arte hay que ser artista cabal, como Javier Barón en la noche de ayer. Sus pinceladas, sin alharacas ni ruidos hiperbólicos, entusiasmaron a los espectadores a fuerza de reivindicar que el baile de verdad no es una quimera.