El problema es cuando se estructura la corrupción y se convierte en naturaleza constitutiva. Cuando se hace carne de nuestra carne y cuesta trabajo despegarla de la piel.
Hay gente que le pone precio a su corruptibilidad.
En cierta ocasión conocí a un autor del Carnaval y le conté mis planteamientos sobre que la crisis está influenciada por la corrupción pedestre, la de andar por casa, por la actitud de los sindicatos, por el fraude de las pensiones, las paguillas, el descaro y la poca vergüenza. Mi sorpresa fue comprobar que me dio toda la razón. “Fíjate si tienes razón –me dijo socarronamente- que hasta te has quedado corto, y conozco bien ese mundillo”. No estaba en la inopia.
Tras esta charla íntima con el carnavalero, pensé que había puesto una pica en Flandes, y que iba a poner un váter en medio de la pocilga, feliz me las prometía, y así llegó su grupo a las tablas del Falla, esperé con toda la inocencia de un niño y su grupo volvió a cantar contra la Monarquía, contra el PP, contra Teófila, contra los políticos rapaces (sin decir su partido), contra los empresarios, contra la supervivencia a la que está condenado el gaditano, contra los bancarios ... No tuvo huevos de cantar sobre los trapicheos de los sindicatos que hacen la miseria empresarial, de los socialistas, de los corruptos del bar de la esquina. Y le aplaudieron como siempre, porque el aplauso y el premio del Falla eran todo para él.
En el Carnaval es usual darse suerte con la expresión “mucha mierda”, pero la mierda ya salpica por todas partes, nos hemos llenado de M, y lejos de traer la suerte, nos ha traído toda suerte de M. Por mucho que se diga, por mucho que se cante.
