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España

Sin uvas

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El precio que están alcanzando este año y la crisis desaconsejan su uso, aunque estemos a último día de mes y los afortunados dispongan de una paga en el bolsillo, más menguada cada vez después de una semana de uso y disfrute.
 
Con permiso, ya desde ahora les pido disculpas, de los agricultores, en estas fechas pagamos demasiado caro el trámite de las doce campanadas, que a punto han estado de costarle la vida a más de uno. Y es que los ardores etílicos de la noche, que a esa hora no habrán hecho más que empezar, son incompatibles con esas uvas de gran calibre y pepitas imposibles de tragar con las que suelen agasajarnos en las cenas y cotillones; además de serlo con el reducido tamaño de algunas bocas y la velocidad de dentelladas por segundo que somos capaces de desarrollar, que no es necesariamente proporcional aunque sí puede tener cierta relación con la concavidad en cuestión.

Creo que me habré comido las uvas completas, en tiempo y forma, menos de una docena de veces en mi vida, y tengo varias docenas de años que atestiguan tal hecho, en el que, además, no soy una excepción. Eso, sin contar, por supuesto, las veces en que las doce eran trece u once, las que he confundido los cuartos con los ¿quintos? o con lo que quiera que suene antes, o esas en las que una uva ‘pocha’, desconozco si malintencionadamente colocada, te fastidiaba el sprint final.

¿Y qué me dicen de las risas de turno? Siempre hay alguien que se ríe a la sexta o a la octava, cuando crees que vas a conseguirlo, y él o ella acaba a tiempo después de contagiarte la risa a ti que, por supuesto mucho más torpe, te quedas en el intento.

En fin, que este año con unos cacahuetes -que también son peligrosos, no crean-, unas aceitunas sin hueso, o incluso unas pasas, que es como cambiar a la lozana andaluza por la celestina, creo que nos vamos a apañar. Lo que no va a cambiar son mis mejores deseos, para todos ustedes, durante el próximo año, aunque sea sin uvas.

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