No es una película folklórica. Es un film emocionante, en el que la pesca del atún rojo es un impresionante motivo de gran valor documental. Bailes y canciones ponen su alegre nota de color en el fascinante ambiente de los bravos pescadores de las almadrabas”. Así anunciaba, allá por la década de los 50 del siglo pasado, el Cine Ideal el ‘extraordinario estreno’ de una película que, intencionadamente o no, se ha convertido, por los siglos de los siglos, en uno de los más destacados documentos sobre la almadraba de Sancti Petri.
Un film que, “autorizado a mayores” y dirigido por Ramón Torrado, fue protagonizado por dos de los grandes del flamenco, los eternos Lola Flores y Manolo Caracol, en una época, los 50, en la que en la España franquista campaban a sus anchas el hambre, la penuria y el analfabetismo para un pueblo que, como tantos otros, tan solo pensaba en el día a día; ni hablar de futuro.
Con la venta de ‘El Catite’ (muy frecuentada por almadraberos) como escenario central de una trama que gira en torno al mundo del contrabando y, por supuesto, al amor; esta película nos traslada a una de las épocas doradas de la almadraba de Sancti Petri y del propio Consorcio Nacional Almadrabero, regalándonos valiosas imágenes de la almadraba, de la faena, del puerto, del ambiente marinero y, muy en especial, de ese entorno mágico que era y es Sancti Petri y que, en no pocas ocasiones, se corona, al fondo, con la imagen del castillo.
Homenaje al flamenco y la copla española, la banda sonora de ‘La niña de la venta’, protagonizada por dos de los artistas más grandes de la época, estaba compuesta por temas como ‘La rosa y el rocío’, ‘Canción del río’, ‘No me tires indire’, ‘Zambra del campamento’ y ese guiño a este arte de pesca que fue el ‘Fandango de la Almadraba’, interpretado por Caracol.
Una década en la que, entre levantá y levantá de grandes atunes rojos, el Consorcio Nacional Almadrabero (presidido entonces Joaquín Pérez Lila) culminó la construcción de las viviendas (de 3 dormitorios, cocina y salón para los habitantes fijos y de 1 dormitorio, salón y cocina para los temporales) y demás dependencias de la, entonces, Barriada de Sancti Petri, así como la red eléctrica y de agua. Sin lugar a dudas, uno de los testimonios más válidos para retratar una época en la que el poblado almadrabero de Sancti Petri adquirió su protagonismo más destacado en la pesca.