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Punta Umbría

Cortázar se desprende de su máscara de hombre "reservado"

Los cincuenta años de amistad que unieron al escritor Julio Cortázar y el pintor y poeta Eduardo Jonquiers dieron como fruto una caudalosa correspondencia, que ahora sale a la luz y desmitifica el aura de hombre "reservado" que acompañó al autor de "Rayuela".

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Los cincuenta años de amistad que unieron al escritor Julio Cortázar y el pintor y poeta Eduardo Jonquiers dieron como fruto una caudalosa correspondencia, que ahora sale a la luz y desmitifica el aura de hombre "reservado" que acompañó al autor de "Rayuela".

"Cartas a los Jonquières" además de ahondar en aspectos biográficos del escritor argentino se convierte en una crónica de los primeros años de Cortázar en Europa, continente al que se trasladó en 1951, primero a París y dos años después a Roma, donde recibió el encargo de traducir los cuentos de Edgar Alan Poe.

La amistad entre los dos creadores argentinos data de la década de 1930 cuando el escritor hacía las prácticas pedagógicas para graduarse como maestro en la Escuela Normal Mariano Acosta, en Buenos Aires, y se extendió hasta poco antes de la muerte de Cortázar en 1984.

A través de las 126 misivas incluidas en el texto que ahora publica Alfaguara se descubre como Eduardo Jonquières se convirtió en su amigo confesor y consejero. "Aquí están mis cuatro últimos cuentos", le dice a su amigo, de quien espera su parecer, porque "como siempre", confiesa el autor de los cronopios, está lleno de "dudas y reparos".

"Atacamé sin miedo, ya sabes que yo me defiendo con la misma fuerza", le pide al poeta y dibujante argentino al tiempo que le ruega que le perdone por "el trabajo de elegir y corregir", pero le asegura que nadie lo hará como él.

Y así le confía "Historia de cronopios y de famas", a los que define como "cuentecitos y poemas muy graciosos".

Cortázar desea que Jonquièrs entregue sus obras a su esposa, María Rocchi, con quien el escritor también intercambia correo y la persona que encontró en el archivo familiar las cartas ahora publicadas.

De la edición de éstas se ha ocupado el filólogo español Carles Álvarez Garriga y la traductora argentina Aurora Bernárdez, la primera esposa de Córtazar a quien el escritor nombró su heredera universal y albacea.

En el prólogo del libro, Álvarez Garriga afirma que hasta leer las misivas dirigidas al matrimonio Jonquières "todos teníamos la impresión de que Córtazar era extremadamente reservado en lo personal", pero el experto se muestra convencido de que el afecto que sentía por la pareja "lo obligaba a salir de su reserva habitual".

El filólogo invita a los lectores a leer las páginas de este nuevo texto que opina que "en cierto modo desmienten la consideración de Vargas Llosa, para quien Cortázar era 'un hombre eminentemente privado, con un mundo interior construido y preservado como una obra de arte".

El diálogo que establece con su amigo radicado en Buenos Aires se convierte también en una crónica de viaje cuando le anuncia: "Salgo el miércoles 9 y pasaré 6 días en Londres". Un tiempo que considera insuficiente para conocer la ciudad pero que, dice, "si los camino, miro y olfateo bien, es seguro que acabaré por tener una noción de la capital".

El viaje a Londres despertaba tantas expectativas en Cortázar que le dice a su amigo: "Por supuesto que estoy de nuevo envuelto en el mismo clima de irrealidad que me asaltó a mi llegada a Roma, a Venecia y a París. No tengo conciencia clara de que -después de 20 años de deseos- dentro de pocos días estaré en Piccadilly Circus".

Ese deseo de conocimiento que le llevó a viajar a países tan distintos como Austria o Uganda, Nicaragua o Suiza, también le hizo sentirse "atrapado" por la pintura durante su estancia en Europa en detrimento de la música.

"Sólo conciertos especialísimos se ganan mi asistencia" le revela Cortázar a su amigo Eduardo Jonquières, a quien le confiesa "devoro cuadros y museos, necesito ver y aprendo a ver, y un día sabré ver". Además le confiesa su necesidad de viajar a Flandes y volver a Italia, epicentros de la pintura clásica.

Y es que estas cartas profundizan en la imagen de Cortázar que corresponde a su instalación definitiva en Europa (1951-1955), un período bastante desconocido hasta ahora, además de desvelar el Cortazar personal más secreto como el relato de su matrimonio con Aurora.

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