“Por fin trajo el verde mayo / Correhuelas y albahacas / A la entrada de la aldea / Y al umbral de las ventanas / Al verlo venir se han puesto / Cintas de amor las guitarras, / Celos de amor las clavijas, / Las cuerdas lazos de rabia, / Y relinchan impacientes / Por salir de serenata”. Así cantó el poeta Miguel Hernández la llegada del mes de las flores, que hoy son más escasas y pequeñas que entonces, por mor de la pertinaz sequía que nos azota.
Sin embargo, lo que no hemos perdido son las ganas de disfrutar, de salir, de bailar, de cantar y de vivir. Bastan unos rasgueos de guitarra, un pasadoble, unas sevillanas para echar al viento los volantes y brindar bajo el cálido sol, que de eso si tenemos para dar y tomar. Todavía recordamos, tan cerca, los años de epidemia y privaciones, y eso hace que queramos recuperar más rápido lo no vivido en ese tiempo baldío.
No perdemos la costumbre de dejarnos caer por el Juego de Pelota y alternar con el fino y la cerveza en las barras de los chiringuitos, subir a la Cruz de la calle Rosa, que este año luce cuajada de flores, a la manera intensa en que solo sabe vestirla la primavera, por más que esta esté sedienta. No perdemos la costumbre de reunirnos y hablar de cualquier cosa, y celebrar que seguimos un año más aquí.
No entiende la ilusión de sombras ni de tristezas. La Cruz de Mayo es fiesta, trasiego, risa, tardeo, solaz, trasnoche. Un paréntesis entre los sinsabores, las obligaciones y las rutinas para reencontrarnos y socializar al pie de Consolación.