El pequeño Leo sonríe a la vida aunque la vida no ha parado de ponerle obstáculos desde que nació hace seis años. Su madre, Ana, relata en conversación telefónica que su hijo padece una enfermedad congénita de carácter genético, aún sin diagnosticar, todavía en estudio. Y, además, padece problemas motóricos y déficit cognitivo debido a una hipoacusia neurosensorial.
“Cuando tenía diez meses, comenzó a asistir a atención temprana”, recuerda, pero “le colgaron el cartel de discapacitado” sin llevar a cabo un análisis pormenorizado. “Desde primera hora conté que, cuando lo llamaba, no me atendía, pensaba que era sordo, pero me respondieron que aquello se debía a un déficit de atención”, agrega.
Durante sus primero cuatro años, estuvo llevando a cabo terapias de fisioterapia, logopedia y psicopedagogía. Posteriormente, Ana, residente en Puerto Real, matriculó a Leo en el centro de Upace en San Fernando. “En este centro, un especialista auditivo evaluó a mi hijo y concluyó que, efectivamente, respondía a todos los estímulos, menos al auditivo”. Posteriormente, un audiometrista, en consulta privada, determinó la hipoacusia neurosensorial. Solo entonces, fue derivada a un hospital público, el Universitario Virgen Macarena de Sevilla en este caso.
En verano de 2021, Leo se sometió a implantación coclear bilateral. Por ello, necesita llevar en ambas orejas procesadores auditivos. “No puede escuchar todos los sonidos de golpe”, explica, “hay que ir poco a poco”, de manera que el dispositivo es de vital importancia para su desarrollo, aprendizaje y calidad de vida.
Sin embargo, hace unos días, a la vuelta del colegio, se bajó del autobús escolar solo con uno. “Esperamos unos días con la esperanza de que apareciera, pero el localizador se desvinculó, debe estar roto”, conjetura. El problema es que, si bien los primeros procesadores son gratuitos para el usuario, por la cobertura de la Seguridad Social, ahora la familia de Leo tendrá que desembolsar 9.000 euros. “Este es el alto precio que tiene que pagar mi hijo por tener derecho a oír”, lamenta.
Ana decidió entonces pedir ayuda. En la mañana de ayer, gracias a la solidaridad de numerosos donantes de Puerto Real, Cádiz, otras localidades de la provincia e incluso de las Islas Canarias, ha reunido unos 3.000 euros. Pero aún está lejos del objetivo.
“Mi hijo es muy disfrutón, va al colegio por la mañana y a terapia por la tarde, lleva una vida normal, como la de cualquier niño, y, aunque, con algo más de dificultad, quiere comerse cada momento”. “Solo necesita los dispositivos”, agrega, para seguirle sonriendo a la vida.