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La escritura perpetua

Príncipe Mayorga

El triunfo de Mayorga emite señales decididamente optimistas: el público español ha cambiado sus gustos porque la sociedad española ha cambiado a mejor

Publicado: 08/06/2022 ·
11:59
· Actualizado: 08/06/2022 · 11:59
  • Juan Mayorga.
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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España es un país que tradicionalmente ha ignorado o incluso perseguido las vanguardias culturales. Por eso es llamativo que los dos únicos dramaturgos españoles galardonados con el premio Princesa de Asturias de las Letras -antes Príncipe de Asturias- hayan sido Francisco Nieva -1992- y, la pasada semana, Juan Mayorga. Nieva cultivó una vanguardia furiosa, de una estética barroca y centelleante, luminosa siempre, hermosísima, con esas obras que escribía en su estudio, próximo al madrileño Parque del Retiro, lugar lleno de muñecos gigantes y lámparas maravillosas: parecía un elegante almacén del carnaval de Venecia. Nieva reivindicó las vanguardias en su obra ‘El artista’. Y Juan Mayorga practica una vanguardia conceptual. La estética de su teatro, sí, es radicalmente distinta al barroquismo de Nieva, pero las obras de uno y otro producen un resultado semejante: la distorsión de la lógica para crear una lógica nueva, que Nieva provocaba desde lo visual y Mayorga recrea desde la dimensión matemática de las palabras. José Sanchís Sinisterra insiste en que el éxito de Mayorga constituye una buena noticia para el teatro español. Porque aquí ha existido una brutal resistencia a la renovación teatral. La padeció Miguel Mihura, obligado durante 20 años a guardar en un cajón su colosal comedia ‘Tres sombreros de copa’, que en aquella España de post guerra no entendía nadie.

Siguiendo la reflexión de Sanchís Sinisterra, el triunfo de Mayorga emite señales decididamente optimistas: el público español ha cambiado sus gustos sustancialmente porque la sociedad española ha cambiado a mejor. Mayorga escribe un teatro complejo, en cuyas obras tan importantes resultan los silencios como las palabras, un teatro que obliga al espectador a un constante ejercicio intelectual durante la función. En las puertas del teatro María Guerrero, en marzo, a la salida de la representación de ‘El Golem’, uno de los últimos estrenos de Mayorga, un actor comentaba a un grupo de amigos: “A mitad de la función me he perdido”. Este hombre, claro, parecía desconocer que ese era el objetivo del autor. ‘El Golem’, como tantas piezas de Mayorga, sobre todo las últimas, es un laberinto, no una línea recta con principio y fin, y en ese laberinto ha de desenvolverse el espectador, entrando y saliendo por caminos cortados, mientras se formula múltiples preguntas. Ya vendrá ‘El Mago’ para llamar inquietantemente a la puerta. El teatro  de Mayorga es para deleitarse y, sobre todo, pensar. Obras intensamente azules en las que se avanza por un laberinto de palabras sobriamente maravillosas.

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